Recuerdo con ansiedad y tristeza esa noticia el verano de 1986 cuando se acercó mi tía a donde estábamos mis primos, mi hermano y yo. Ella con voz sepulcral nos dijo “van a operar a su abuelito, le van a amputar la pierna”; en ese momento se rompió el ánimo de las vacaciones en el rancho del tío Pepe, por lo menos para mí. 
 
Le pedí a mi tía que me llevara con el abuelo, ella de momento me dijo “no; si aquí están de vacaciones”, a lo que yo le contesté “casi todas mis vacaciones las he pasado con el abuelo y en esta ocasión decidí venir al rancho porque mi abuelo me lo pidió ya que él padecía un enorme dolor en el pie y no podíamos caminar como cada verano desde que yo tenía 8 años”.
 
Mi tía accedió, no de muy buena gana, pero dejé las vacaciones en el rancho y fui a Guadalajara a estar con el abuelo. Cuando llegamos a su casa la primera grata sorpresa que me encontré fue que mi papá estaba allí, eso para mi era una tranquilidad enorme ya que además de ser mi padre e hijo de mi abuelo era un reconocido cirujano y él entraría como asistente en la cirugía del abuelo.
 
Al vernos mi papá y yo nos abrazamos; después le pregunté cómo sería el proceso y sobre todo por qué se dio esta penosa situación. Él con paciencia me explicó lo que es el pie diabético y cómo es que mi abuelo nunca quiso aceptar su enfermedad y cuidarse adecuadamente. Esa noche me dejó muy pensativo.
 
A la mañana siguiente temprano llevamos a mi abuelo al hospital; para mi sorpresa él no manifestaba estar deprimido, tan sólo me dijo gracias por venir. 
 
Al estar en el cuarto de hospital antes de la cirugía el abuelo me dijo en voz baja, “esto me pasó por no hacer caso a los doctores, ni a tu abuela, aunque a todos les diré que fue por que Dios así lo quiso; pero la verdad es que no he querido aceptar lo que debo de hacer y pos …” y solo bajó la mirada a ver su pie que evidentemente le dolía mucho.
 
Cuando terminó la cirugía mi papá llegó a la sala de espera donde estábamos mi abuela, mis tíos y yo; nos dijo que el abuelo había salido muy bien y se sentó junto a mí. Después de descansar unos minutos me dijo “salgamos a caminar” y salimos a platicar y caminar; le pregunté que cuándo estaría bien, él me dijo que pronto pero que el abuelo tendría dolor fantasma, lo que haría que la primera semana fuera muy difícil y después su mente dejaría de sentir el dolor. Tal y como lo expuso mi viejo, pasó.
 
Esos días estuve sentado junto a mi abuelo muchas horas y él me platicaba lo que sentía con la enfermedad, bajo promesa de mi parte de no contar a nadie, ya que un hombre macho de Jalisco no podía sentir dolores, ni miedos, ni afectos (en esa cultura creció).
 
Mientras él me platicaba lo que sentía desde los mareos hasta los antojos, la sed y la orina constante, que había bajado de peso de la nada, etc.; yo pensaba en cómo poder ayudar a quienes viven ese mal, había veces que perdía parte del relato del abuelo por pensar en formas de ayudar.

Así pasaron los años y 15 años después surgió el primer intento de hacer una revista para repartir en los consultorios, el proyecto no se concretó ya que en ese momento el costo de salida era muy alto y no contábamos con el capital para hacerlo.

Pasaron 10 años más y junto con mi esposa y un grupo de amigos profesionales en varias áreas comenzamos de nuevo el proyecto.

Agradezco a todos quienes han participado en cualquiera de sus momentos, hoy Kuranda es una realidad para ayudar a quienes viven con diabetes y con obesidad.

J. Mauricio Díaz Oliveros V.